viernes, 21 de diciembre de 2012

Un Séptimo inesperado: sólo necesitas la mochila, la sartén, el cazo y el humor. Sobre todo, el humor.



Cada semana actualizo este blog con espíritu de universalidad. Trato de que cualquiera que lea una de mis crónicas sienta que la está viviendo en primera persona. Querido lector, en este salón, al lado de este fuego, nos sentamos todos.
 Esta aclaración es IMPRESCINDIBLE para que tengáis en cuenta la consideración que le daré al relato de los hechos. Cuando hablamos con personas que han vivido más Séptimos que nosotros, aluden a los hechos históricos de su vida con cosas como:
-Pude ver en mi primera tele la llegada del hombre a la Luna.
-Viví la caída del Muro de Berlín.
-Y así se creó la Constitución Española.
-Vaya movida lo del caso GAL, qué tiempos aquellos.
-Antes, todo esto era campo.
-Sí, qué momento el de la inauguración de la TVG.
-“Mi agüita amarilla” marcó un antes y un después en mi infancia. La Bola de Cristal sí que era un programa…
-Vi en el cine la primera actuación de Brad Pitt (“Thelma y Louise”) y me dije “este chico tiene futuro…”
La cena se plantea interesante...
¡Huid, insensatos!
 ¿Lo veis? Hay ciertas cosas que simplemente hay que ver porque pasas a formar parte de algo grande. Y alcanzar un hito de tal calibre durante la preparación del MIR es ciertamente complicado. No existe la semana para nosotros, horario comercial, qué es eso, no mira, soy yo, es que me he dejado barba porque me gusta, en serio. Pero amigos septimistas, lo hemos conseguido.
Acudimos en el primer fin de semana de estreno a ver “El hobbit” (o “El Jobi”, como decía la simpática taquillera).
Hay críticas para todos los gustos. Algunas tan fundadas como “demasiados enanos”. Es como decir, “jo, es que la media de altura ha descendido tanto que ya no me sulivella”. Hola. Son doce Enanos y un Mediano. Sí. Son bajos. Cosas que pasan.
Otras son más certeras y puedo comprenderlas. El ritmo de la película a veces es complicado, y la batalla final puede dejar un regusto de anticlímax en el espectador. Pero qué queréis que os diga. Hay que partir de que está basada en un libro en apariencia sencillo y enfocado al público infantil y juvenil. Y digo en apariencia, porque no olvidéis que se trata del origen de un mundo tremendamente complejo que el maestro Tolkien se encargó de dejar escrito para que generaciones y generaciones de amantes de la épica fantástica pudieran llenar los foros con la pasión por una historia que ha dado incluso para crear asignaturas que provocaban lleno absoluto en las universidades. El reflejo de una sociedad decadente a comienzos ya de siglo XX, la decepción por una humanidad que se expande en una batalla contra la Naturaleza, la llamada a la redención, al cambio, a la recuperación del respeto por lo que nos rodea. Con más o menos acierto, más o menos aplicable a nuestros días, este es el legado de uno de los escritores más grandes. Podremos discutir su calidad literaria, o más bien, hasta qué punto se pueden tolerar descripciones de cinco páginas de media acerca de un bosque, o canciones intercaladas en batallas que duran más que los yogures de piña en la nevera. Para gustos, colores. Unos los prefieren Hombres, otros Hobbits, otros Elfos o Enanos. Algún rarito, Orcos. Pero casi nadie se queda con los Ents. Quizás ya no tenemos ganas de arrellanarnos en el sofá y dejar que las horas se pasen en un viaje singular y personal. Ahora todo es correr. Ahora todo es, como mucho, en ciento cuarenta caracteres.
No veáis el montaje que tengo con Gandalf y yo de hobbit. Impagable.
En todo caso, Peter Jackson consiguió, para mí, el punto exacto de equilibrio entre el cuento y la leyenda, entre lo mundano y lo épico. Las imágenes son lo esperable, habiendo sido grabadas en semejante paraíso natural. La gran ventaja es que vivimos en Galicia, y eso de ir paseando y decir “por ahí bajarían orcos disparando flechas a Boromir”, “anda, mira, ahí estaría esperándome el Nazgul”, “jo, qué parecido tienen los Cañones do Sil con el Anduin…” da puntos para el fan. Los efectos especiales, el diseño de los personajes, los guiños de conexión con “El Señor de los Anillos”, y sobre todo,  gracias por rehacer los wargos, ahora SÍ lo has conseguido. Y qué queréis que os diga, mejoró las canciones. Porque sin rubor alguno admito que me leí tres veces el libro y las dos últimas ya me salté todas las puñeteras odas, que me crispaban a más no poder, por Ilúvatar.
Veo águilas, no digo más.
Así que este Séptimo, aparte de aprovechar la mañana en cuestiones más terrenales, tirando de los titánicos horarios navideños de compra (qué le vamos a hacer, pero con café en buena compañía de por medio, todo se compensa), fui hobbit por dos horas y cincuenta minutos, con títulos de crédito incluidos. Y no es metafórico: fui vestida de hobbit. Con pies peludos y chanclas. Y me hice fotos. Y aplaudí al final de la película. Y todos eran unos sosos pasivos que tuvieron que pasárselo, por narices (o más bien, por pies), mucho peor que yo. 
Porque algún día yo podré decir “yo fui al estreno de El Hobbit, y antes que eso, al de cada una de las partes de El Señor de los Anillos, ¿sabes, mi pequeño gato?”
Y rompiendo un poco con la tradición de este blog... Ahí va un cachito de hobbit.
¡Hasta el Séptimo que viene! Os informo de que estamos a partir de ahora en horario de “vacaciones de Navidad”. Esto quiere decir que los Séptimos pasan a los festivos. ¡Pero que el ánimo no decaiga! Buscaré la crónica allá donde tenga que hacerlo con el mismo ahínco que de costumbre. Porque he aprendido de la grandeza de la gente pequeña.

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