Cada Séptimo
es una aventura. Eso puedo asegurarlo. Lo que pasa es que no siempre hay que
salir de casa para encontrarla. Menuda excusa, diréis. Bien. Tengo una
actualización por delante para demostraros que tengo razón.
Estamos
acercándonos a la Navidad peligrosamente. Esto conlleva arbolitos, bolas de
colores, luces epilépticas, renos congestionados, señores que bajan de las
montañas a tocar panzas, viejos de rojo o tres tipos maquillados. Depende de la
casa. Y yo soy muy Grinch, (parafraseando a mi coprotagonista de día) con lo
que que podéis imaginaros que estas cosas me levantan cierto sarpullido
córtico-resistente…
Excepto del
umbral de mi casa para adentro. Aquí monto la decoración de Navidad como si
estuviésemos participando en un concurso mundial. Es algo inexplicable, hasta
que comprendáis los ritos que se pueden llevar a cabo en nombre del
interiorismo…
Las entrañas del árbol. |
La mañana
comienza. Temprano. Gruño. Desayuno. Gruño. Gruño otra vez. Dejo de gruñir
porque consume un tiempo valioso y qué queréis que os diga, aburre. Así que nos
acercamos al tocadiscos y escogemos a Los Stop para amenizarnos la jornada, el
sol sale ya por la ventana y me voy acordando del musgo que me espera en el
desván, con bichitos a medio morir para que yo pueda poner ese gesto tan
característico de grima infinita.
Es complicadísimo, ¿vale? |
¿Veis el embellecedor del pie? Porque yo TAMPOCO. |
Con
motivación suprema empezamos a carretar todos los elementos necesarios. En mi
casa ponemos un árbol, un belén tamaño macro y unas cuantas cosillas, entre las
que se encuentra una pelota horripilante con pseudoacebos, manzanas y bolitas
rojas, y que a mí, personalmente me flipa. Y punto. Cada año alguien intenta
deshacerse de ella, cada año la recupero con fuerza. Así que son las nueve y
media de la mañana (ojito) y nos ponemos a montar el árbol. El proceso es como
el de descuartizar un cadáver, pero al
revés. Se nota que estoy ducha en tales lides. Eh.
Es PRECIOSO... |
Hace muchos
años poníamos un arbolito de verdad. Una vez que nos dimos cuenta de que el
arbolito tenía derecho a vivir su vida unos cuantos años más, y de que además,
la estética de estos bellos seres en la naturaleza no es tan sobrecogedora en
una casa, con sus agujas tiradas por cada esquina en número directamente
proporcional a las calvas que iban apareciendo, adquirimos un árbol de
plástico. Pero plástico fetén. Momento ingeniero en el que separamos las ramas
según los colores que marcan los tamaños y lo montamos. Admiramos orgullosas el
fruto de nuestras manos. Y por supuesto nos hemos olvidado de colocar el
embellecedor del pie (porque sí, nosotros tenemos de esas cosas, handmade, of
course). Como mi compañera opta por morirse de risa y está evidentemente
incapacitada para sujetar el titánico instrumento, soy yo la que levanto el
árbol a pulso. Y por un instante, soy Hulk.
HUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUULK
Ya está.
Subsanado este punto, viene la parte compleja (os estáis emocionando, ¿a que
sí?). Colocar las luces. Y diréis “¿pero eso es difícil?”. Si os dedicáis a
trolear a vuestra compañera encargada de esta tarea enrollándoos en el cable y
pidiendo a cada minuto, “enciéndelas, por favor”, sí.
Perdón por el grado de cutrez de la foto. Pero es que así fue, así os lo cuento... |
Una vez que
he podido satisfacer mis ganas de hacer el gilipollas (¿por cuánto tiempo?), va
poniéndolas en el árbol. A todo esto, id pensando que cada poco decidimos parar
para echar un vals. Porque así somos nosotros en esta casa. Los Stop siguen
dándolo todísimo, lo siguiente será Barry White. Y por fin podemos empezar a
poner las bolas. Todo en preciosos y navideños tonos rojos y papanoelísticos.
Ya podéis denunciarme por hortera. Pero es que es así, qué le vamos a hacer. No
sé si recordáis un monólogo de Luis Piedrahita, que hablaba de los árboles de
ricos y los de pobres. Bueno, pues hasta hace nada, el nuestro era de pobres, y
ahora es de ricos. Oh, sí. Hacemos ese chiste mínimo veinte veces por
temporada. Buscadlo en youtube y encontraréis el sentido a mis palabras (que no
os lo voy a dar todo hecho).
Despliegue de la ciudad. Cada año, ¡un poquito más grande! |
Y así se coloca un faldón. Prodigioso. |
Hale,
estrella cutre, pero roja, que es lo que importaba, la rebautizamos como
supernova por aquello de adaptarnos a las nuevas directrices del Vaticano, y
nos ponemos con nuestra obra maestra, la cumbre de nuestro arte, el tótem que
preside el comedor, esa cosa que va dejando animalitos a su paso (“¡mira, un
belén viviente!). Tablas, faldón morado for the win, un pueblo de metro y medio
cuadrado de superficie. No está nada mal…
"La cosa va tomando forma", aseveraron los gusanitos que salían de entre el musgo. |
Este año
hemos proyectado la montaña de Herodes como un agujero hobbit. Porque es
talmente lo que parece. Así todo el mundo se siente identificado en estas
fechas. Incluso hacemos guiños a los gustos góticos.
Tres pozos, nada más y nada menos. |
¿Os
sorprende?
Todo tiene
explicación.
En mi casa
las figuras del belén proceden de muchas ediciones distintas. Esta es una forma
fina de decir que tenemos elementos de hace treinta años, de hace quince y de
ayer mismo. Tamaños diferentes, calidades diferentes, historias diferentes.
Pero a mí no me sale del alma retirar a ese pastorcillo de cerámica tan majo y
tan bonito sólo porque le falten los dos brazos y que siga sujetando el cayado porque
lo tiene clavado graciosamente en el pie. Y dadme gracias porque hemos renovado
los reyes magos, y Baltasar ha podido así dedicarse a lo que más le gusta, que
es el cine. ¿Habéis visto “Sleepy Hollow”? Adivinad quién hizo ese papelón de
caballero sin cabeza. Pues sí, para que veáis que nuestro belén es famoso.
The Walking Dead. |
Este tiene cabeza. La verdad es que ha perdido algo de gracia. |
Esta imagen es demoledora. Apreciad las diferencias de tamaño a pesar de lo lejos que realmente están José y María. Yo creo que el legionario está acojonado... |
Por otro
lado, dejamos fluir nuestro lado más selvático con manadas de caballos
salvajes, elefantes salvajes (qué pasa, vienen con los reyes, cuela, ¿no?),
patos salvajes, decenas de puñeteros pollitos salvajes (que hasta estuve a punto de ponerle uno en la cabeza a
Herodes para cosplayarlo de cierto personaje de cierta serie) y una familia de
felices urogallos. Por supuesto, hemos decidido no ser nada polémicos con las
instrucciones de la Santa Sede de este año, y no sólo tenemos una mula y dos
bueyes (uno de ellos, figurita que me vino con las palomitas, de estos de
plástico con terciopelillo y al que le falta un ojo y que por supuesto ocupa un
lugar preeminente dentro del portal). Tenemos un mapache. Por cierto, del mismo
tamaño que un señor que adora al niño, que por cierto, le dobla la estatura,
que por cierto, mide la quinta parte que nuestro San José, que por supuesto, se
correlaciona con los Argonath.
¡Nuevas adquisiciones! Mi nueva cosa más super favorita del Belén (y quien me diga algo al respecto...) |
Y así somos
felices durante cinco horas, entre discos de soul, The Offspring y Los Stop,
que hasta nos deleitan con villancicos. Todo muy mortal.
Estáis
invitadísimos a comprobar que todo lo que estoy diciendo es cierto.
Gandalf, Frodo Bolsón y Hobbiton al fondo. |
Y con esto os
he demostrado que una crónica que podría parecer insulsa y carente de interés,
de repente se ha convertido en la mejor de las aventuras de los Séptimos. La
fórmula del éxito es siempre la misma: compartir estos momentos con quien más
quieres. He conseguido hacer la decoración de la casa (bolón de la puerta
incluido) en un solo día disfrutándolo como cada año. Y este es un año
diferente, así que ¡logro desbloqueado!
Seguro que
vosotros también tenéis vuestros más y vuestros menos con las decoraciones navideñas.
No lo dudéis, contádmelo, porque yo sí voy a entender que todo tiene su punto.
En tus manos queda definir cuál es.
¡Hasta el
Séptimo que viene!
Nada raro en nuestro portal. |
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