viernes, 7 de diciembre de 2012

Caminos de mi recuerdo, niebla y el sol que se inflama: el otoño se ha ido y el invierno es nuestro compañero de camino.

Sí. Yo también opino que era una especie de aparición.
Búscala, que está ahí. Mu.
 A veces nos complicamos mucho la vida. A veces las cosas están mucho más cerca de lo que creemos.

A veces hay que hacer caso a los que te lo recuerdan, leñe.
El otoño sólo amagó su partida.
Este puente pronto parece que pertenecerá a una ruta oficial de senderismo de los pazos de Amoeiro. Se recorrió por primera vez este verano, pero aún no está señalizada.
Estaba muy indecisa el anterior Séptimo, querido lector que devoras estas entradas, arqueólogo del tiempo libre, escultor de los pequeños instantes de asueto. No sabía qué traeros, dónde buscar, a qué acogerme. Mi compañera habitual del ritual del fin de semana me insistió en recuperar una antigua ruta que hice muchas veces con ella y con mi otro compañero de senderos. Y la verdad es que al final siempre tiene razón. La muy condenada.
Rojos, verdes, pardos, azules.
El camino te indica.
En el concello de Amoeiro está una aldea llamada O Seixo, desde la que iniciamos la ruta. Como podéis adivinar, es mi pueblo. Se encuentra en una de las zonas más bonitas de los alrededores si sabéis caminarlos. Dado que no son senderos oficiales, no tienen las marcas típicas para los caminantes, así que hoy os haré una oferta que no podréis rechazar: si os gusta, si la emoción os ha embargado, si queréis fotografiar esos mismos bosques y cruzar los mismos puentes, este es vuestro blog. Pedídmelo y yo haré de cicerone para vosotros cuando los Séptimos recuperen su nombre. Y yo nunca bromeo con las cosas del senderismo, que son sagradas, casi a la altura de los Viernes.
Gotas de agua que fueron helada.
Este fue un Séptimo cerrado hasta la tarde, pero esas cosas tienen su encanto en estas fechas. La suerte decidió que también quería venirse de viaje con nosotros, con lo que el sol empezó a asomar en cuanto llegamos a nuestro punto de partida. Por eso pude asistir al espectáculo de los jirones de niebla, de las gotas de la helada sobre la hierba, que deshacían delante de mi objetivo, de un atardecer velado con colores de un otoño que se resiste a marchar. Caminos con anécdotas infantiles, pueblos con arte sacro en los portalones y columnas que albergan Atlas con formas de mujer, suave piedra, gris granito.
Muestras de arte compostelano.
Mujeres con fuerza de titanes.
Mientras el cielo se incendia a nuestras espaldas y la noche va cayendo de puntillas, me congelo en el instante, el sonido de mi cámara se me antoja orgánico y un burro amigable intenta mordisquear mi rodilla. Tal vez él también vio la belleza de lo efímero.
¡Hola!
Al mismo tiempo, unos caballos corren salvajes en una finca inmensa pero nunca suficiente para sus latidos. Piafan, se enfadan, se muestran orgullosos, poderosos. Temibles a la vista, al oído, nunca soñar el tacto. El atardecer, de repente, roto. El fuego no ha sido suficiente para restañar la herida y ahora se derrama la sangre en el horizonte. Una llamada de mis compañeros me recuerda que lo eterno pasa en un segundo.
Proceso de secado del maíz. ¡Hórreos vigentes!
Qué queréis que os diga. Yo me quedo con mi burro, que como yo, tranquilo, me mira con una aguda expresión que parece decirme… “bueno, habrá que irse recogiendo”. Le hago caso, y más que satisfecha con mi día, me despido de otro Séptimo memorable.
Niebla que me absorbe, que me lleva, que me regocija.
Por cierto, el resto del día me lo pasé corriendo de un lado para otro. Recados, misiones secretas (ejem), tomar algo con una buena amiga que estaba de paso, aquí y allá. ¡Hala! Un jersey nuevo. Para demostrar que en un día se pueden hacer tantas cosas como en una semana entera. Y no te olvides, querido lector: busca fecha para la excursión.
¡Hasta el Séptimo que viene!

Atardeceres así. No le he hecho nada.

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